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ESPECIAL DEL MES: Reseña histórica de la Hermandad de los cargadores del Señor de los Milagros

jueves, 2 de octubre de 2008



En los albores del siglo XVI un grupo de naturales fueron trasladados de Pachacamac a la provincia de Lima. La huerta en que los ubicaron pertenecía a Hernán Gonzáles. Por la proveniencia de sus habitantes llamaron a esa zona "Pachacamilla".

A mediados del siglo XVII se instaló en Pachacamilla una cofradía. Una cofradía era una asociación que tenía por objetivo la atención de los enfermos y el entierro de los muertos. Tal institución requería, en la mayor parte de los casos una autorización del rey o del obispo diocesano, aunque ya en el siglo XVII había cofradías cuyo surgimiento había sido espontáneo.

Puede suponerse que por influencia o encargo de la cofradía, se pintó en uno de los muros la imagen del Cristo crucificado. El mural permaneció y en los primeros tiempos gozó de la veneración de toda la cofradía.

El 15 de noviembre de 1655, se produce un sismo de características fuertemente destructivas, sin embargo, el muro en que había sido pintada la figura de Cristo crucificado no había sufrido ningún daño. Desde el año 1670 una persona de nombre Antonio León toma a su cargo el cuidado de la imagen, aunque sus pocos recursos no le permitieron hacerle mayores ornamentos a la imagen. Se cuenta que adolesciendo de un tumor mortal se dirigía todos los días hacia el muro y rezaba con fervor a la imagen. Poco tiempo después, sanó. Los integrantes de la cofradía se juntaban los viernes y entonaban el salmo Miserere. Algunas veces se entonaban canciones acompañadas de instrumentos. La algarabía y el espíritu festivo de los negros era tan distante de la seriedad, poco vital, de los españoles cristianos, que Vargas Ugarte en su libro de aliento fuertemente racista, comenta que: "Era indudable que pese a los cuidados de Antonio de León, el sitio era poco decente".

"El del Cristo de Pachacamilla es un culto que se impuso al margen del clero. Los criollos aceptaban las imágenes y la milagrería, pero no aceptaban a los negros, el sector del cual provenía este culto".

Y precisamente el propio León se dirige a la autoridad eclesiástica para presentar su queja contra esas manifestaciones de algarabía desbordante de los negros de la cofradía. Luego de una investigación sumaria por parte del representante de la Iglesia Católica, el Promotor Fiscal del Arzobispado José de Lara y Galán, el Provisor, manda borrar la imagen.

Casi a mediados de septiembre, el promotor fiscal acompañado por un pintor, un notario y un oficial se dirige a borrar el mural. El cronista Antuñano cuenta que primero subió el pintor y sufrió un desmayo, quiso volver a intentarlo pero no pudo, pues se quedó paralizado al subir la escalera. Luego fue reemplazado por un oficial, pero le sucedió algo parecido. Un tercer hombre intentó ejecutar la orden pero sufrió una alucinación, a lo cual se sumó el cambio climático que se produjo en ese momento: el día se nubló y cayó una lluvia densa.

Luego de estos incidentes el Conde de Lemos mandó a que se retocara el mural. Se aceptó, entonces, su condición sacra.

"La imagen del Señor de los Milagros resistió, posteriormente, dos terremotos intensos: el de 1687 y el del año 1746. El terremoto del 20 de octubre de 1687 produjo rajaduras y desmoronamientos en la capilla, pero el sagrado mural quedó incólume". Fue así que Sebastián de Antuñano inicia la procesión con una réplica de la imagen dando origen a las tradicionales procesiones de octubre. La imagen no sufrió modificaciones por sismos, pero ha sido la mano del hombre la que lo ha hecho, pues se le añadieron las imágenes del Padre, del Espíritu Santo, y se rehizo la imagen de la Virgen de las Nubes.

Elizabeth Espezúa Echevarría. Práctica y vida religiosa de los cargadores del Señor de los Milagros. (Capítulo 1, Tesis de Licenciatura en Antropología, UNMSM) 2004.

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